Mucho se puede decir respecto de la naturaleza social de los juegos y su sentido agónico (competitivo). Entre sus innumerables motivos tenemos la emulación de actividades bélicas, la preparación para la vida adulta, la integración familiar y social, el disfrute de una experiencia privada y la gloria para deportistas de alto rendimiento.
El juego ha estado presente desde los orígenes de la civilización. Se le asociaba con el uso de armas y toda clase de actividades de competencia física, muy populares en el entorno griego; y que compartían su sentido agónico con los certámenes dramáticos protagonizados por Sófocles, Esquilo y Eurípides. Mientras que el primero funcionaba como preparación para tomar la vida de numerosos hombres en batalla, el segundo le brindaba la fortaleza necesaria para aceptar las viscisitudes de la propia.
En nuestros tiempos, podemos hallar una situación muy diferente para nuestras sociedades: las competencias físicas se han convertido en un fin en sí mismo, dado que los objetivos se traducen en premios, reconocimiento y la posibilidad de destacar sin tener que acabar con otros hombres en el nombre de la patria. Con respecto a los juegos de corte intelectual (de mesa, ordenador, etc) tienen diferentes fines: entretenimiento, integración familiar o una excusa para relacionarse con otros individuos que comparten la misma afición.
Sin duda, la actividad lúdica mantiene un lugar importante en la vida del hombre. A pesar de que ha perdido mucho de su utilidad para pelear en una guerra u otro tipo de conflicto, aún conservamos nuestro deseo de superar todo tipo de obstáculos y satisfacer el viejo impulso de vencer a otro en alguna actividad. Lo bueno es que en vez de utilizar una espada lo hacemos con una raqueta, un balón o un alfil encima de un tablero de ajedrez.
El juego ha estado presente desde los orígenes de la civilización. Se le asociaba con el uso de armas y toda clase de actividades de competencia física, muy populares en el entorno griego; y que compartían su sentido agónico con los certámenes dramáticos protagonizados por Sófocles, Esquilo y Eurípides. Mientras que el primero funcionaba como preparación para tomar la vida de numerosos hombres en batalla, el segundo le brindaba la fortaleza necesaria para aceptar las viscisitudes de la propia.
En nuestros tiempos, podemos hallar una situación muy diferente para nuestras sociedades: las competencias físicas se han convertido en un fin en sí mismo, dado que los objetivos se traducen en premios, reconocimiento y la posibilidad de destacar sin tener que acabar con otros hombres en el nombre de la patria. Con respecto a los juegos de corte intelectual (de mesa, ordenador, etc) tienen diferentes fines: entretenimiento, integración familiar o una excusa para relacionarse con otros individuos que comparten la misma afición.
Sin duda, la actividad lúdica mantiene un lugar importante en la vida del hombre. A pesar de que ha perdido mucho de su utilidad para pelear en una guerra u otro tipo de conflicto, aún conservamos nuestro deseo de superar todo tipo de obstáculos y satisfacer el viejo impulso de vencer a otro en alguna actividad. Lo bueno es que en vez de utilizar una espada lo hacemos con una raqueta, un balón o un alfil encima de un tablero de ajedrez.